Cuanto más los oigo, más calentito me pongo

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Al calor de los incendios forestales, la verdadera serpiente del verano de 2004, periodistas y tertulianos varios no paran de clamar por medidas preventivas que impidan el origen y la proliferación de los fuegos en el monte. Como ya apunté en su día en los Bits, se sigue abusando de la palabra con el arrojo propio de quien lo desconoce casi todo del funcionamiento de los sistemas forestales.

Una de las medidas favoritas preventivas favoritas de los analistas es la de la limpieza de los bosques. Si eliminamos combustible, disminuimos la probabilidad de aparición del fuego, es el razonamiento que subyace bajo esta afirmación. Sin embargo, nada más lejos de la realidad. A pesar de que no hemos llegado a los límites surrealistas de Bush —que pretendía cortar los árboles para prevenir estos siniestros— desde el punto de vista ecológico, ambas medidas son similares.

Se tiende a culpar a la PAC, sobre todo en Portugal, del abandono de los montes y de la falta de realización de cortafuegos e infraestructuras de defensa forestal. Aunque no le falta cierta razón, la emigración desde el medio rural al urbano es una tendencia de mucho más calado que todo eso y bastante globalizada a nivel planetario. El nivel de servicios de los que goza la ciudadanía en las urbes no tiene ni tendrá parangón con la de los pequeños pueblos o diseminados del medio agrícola o forestal. Es lógico que se hayan producido o se sigan produciendo trasvases de población. Sea como fuere, nuestros montes son cada vez menos productivos y hay menos personas a vivir con las limitaciones que éste impone. La consecuencia de todo ello es que muchos montes paulatinamente están volviendo a regenerarse y repoblarse acercándose a sus óptimos naturales en un proceso de carácter histórico, sobre todo en aquellas situaciones en donde la antropización apenas si se ha dejado sentir.

Basta mirar los inventarios forestales de los últimos decenios para ver cómo tras el despoblamiento de los montes, buena parte de las especies forestales han disparado sus efectivos. ¿A qué se debe este fenómeno? Precisamente a la aparición del sotobosque, del matorral. Hay un refrán castellano que dice algo así como que «el matorral es la cuna de la encina». Al amparo de la cobertura vegetal, bellotas y todo tipo de semillas de árboles y arbustos encuentran la sombra, cobijo y humedad necesarias para desarrollarse a salvo del diente del ganado. Así pues, volver a situaciones generales de montes huecos o dehesas significa apostar por el envejecimiento de las masas boscosas y su segura muerte sin la renovación necesaria de los pies. La corte de especies que acompañan a los árboles es absolutamente imprescindible para garantizar su futuro.

Pero es que además, tras efectuar cortas periódicas de arbustos, las especies más sensibles, las conocidas como integrantes del matorral noble, tienden a desaparecer y ser sustituidas por otras oportunistas que suelen ser de naturaleza pirófita, es decir, amigas del fuego. Son plantas que usan el fuego para favorecer la germinación de sus semillas, su dispersión o la eliminación de la competencia. Mantienen estrategias para favorecer la propagación de los incendios, como la aparición de resinas o de abundante necromasa altamente inflamable, normalmente se trata de especies xerófitas adaptadas a vivir en condiciones de sequedad, que retienen poca agua en sus hojas y tallos. Jaras, tojos, aulagas… van dominando los matorrales tras las intervenciones humanas para el control de matorral, disminuyendo la biodiversidad y poniendo en peligro la pervivencia de todo el sistema.

¿Qué hacer pues? Desde luego no encender la motosierra o la motodesbrozadora hasta que no se planifique correctamente cómo intervenir sobre el territorio. Es necesario pensar qué tipo de bosque queremos desde la perspectiva, no ya de una legislatura o un ciclo económico, sino como mínimo de una generación. Y aunque puede hablarse del mantenimiento de la biodiversidad en cuanto a especies y paisajes, de la creación de discontinuidades horizontales y verticales de vegetación, de la apertura de áreas cortafuegos frente a los cortafuegos tradicionales, del favorecimiento de las formaciones climácicas frente a las alóctonas, etc., como medidas generales, es necesario saber que no hay recetas universales. Probablemente mucho de lo que haya escrito anteriormente no sirva en el caso de que hablemos de bosques artificiales de pinares de repoblación con buenas densidades. Sólo desde el conocimiento íntimo de cada masa forestal —real y potencial— podremos implementar medidas eficaces contra la aparición y propagación de incendios forestales.

Juanlu González

infoca

3 Comentarios

  1. Interesantísimo artículo. Personalmente no conocía las consecuencias de esas medidas de «limpieza» del bosque y creo que en general son bastante desconocidas. Parece que éste es otro de esos temas en los que todos se (nos) lanzamos a opinar, medios de comunicación los primeros.

    Pues lo dicho, muy interesante e instructivo.

    Un saludo.

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