Discípulos de Pirro

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El tiempo es el olvido, así canta una coplilla castiza refiriéndose al amor. Pero, visto lo visto, es como imposible extrapolar esta máxima a la política española. Justo dos años después de perder las elecciones, el PP ha escalado un peligroso peldaño más en el nivel de la crispación y del cuestionamiento de las instituciones del estado. A pesar de la bajada de pantalones de Rajoy tras tirarse a los charcos cenagosos de El Mundo en un movimiento que le desacredita como político aspirante a gobernar el país, su guardia pretoriana ha seguido fielmente las líneas marcadas por los hooligans mediáticos ahondando en la conspiranoia enfermiza que pretende unir en un mismo acto terrorista a ETA con la Guardia Civil, a la policía española con los servicios secretos marroquíes y al PSOE con Al Qaeda, todos juntitos contra el PP.

Razones de estado, que deberían haberse obviado a tenor del tono alcanzado por la derecha en sus continuadas manifestaciones, han impedido al PSOE hablar tan claro como a muchos nos hubiera gustado que hicieran. No en vano los atentados de Madrid se cometieron bajo el gobierno del Partido Popular con una facilidad aparentemente pasmosa. Con los confidentes y vendedores de explosivos controlados y con los líderes islamistas bajo vigilancia, es inaudito cómo se obviaron pruebas o no supieron manejarse adecuadamente por falta de recursos económicos para procesar las grabaciones en las que se hablaba de acciones de venganza. Después de los atentados de Casablanca contra intereses españoles el gobierno del PP no debería haber tenido la guardia tan baja. Era muy posible que la misma gente que trató de vengar nuestra participación en la guerra de Irak lo intentara dentro de nuestras fronteras contando con elementos reclutados entre la inmigración del vecino país. Y no es la simple facilidad de hablar a toro pasado lo que impele estas palabras, los indicios con los que contaban los cuerpos de seguridad y la inteligencia apuntaban en esta dirección.

Es hora de dejar los paños calientes y llamar a las cosas por su nombre. Dos años de aguantar esta marea son suficientes como para agotar la paciencia de una legión de Jobs. La imprevisión del PP facilitó el mayor atentado de la historia de nuestro país y su burda y tozuda manipulación de los hechos contra todas las evidencias que manejaba la opinión pública nacional e internacional provocó la pérdida de las elecciones. Llovía sobre mojado, las mentiras se sumaban a la falta de credibilidad de Aznar y los suyos. La movilización de la izquierda y cierto trasvase del voto centrista hacia el PSOE hicieron el resto.

Pero en vez de asumir deportivamente los errores cometidos y la subsiguiente derrota electoral, el PP sigue anclado en sus miserias. No le importa poner en cuestión el resultado electoral, la credibilidad de las fuerzas de seguridad, la integridad de los jueces, la separación de poderes… en suma, no le duelen prendas en destruir la convivencia y el sistema democrático con tal de intentar sacar algunos réditos partidistas. Así ganaba Pirro sus batallas.

En el pasado una conspiración mediática logró apear al PSOE del poder a través de una trama perfectamente conocida. Hoy pretenden repetir la hazaña desde el convencimiento de que pueden soplar de nuevo la flauta. Lo malo para ellos es que las notas que salen de su instrumento son sólo rebuznos para la inmensa mayoría de la ciudadanía.

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