La AIEA sigue jugando al ratón y al gato con el programa nuclear iraní

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El papel de los organismos internacionales supuestamente neutrales como árbitros en los conflictos internacionales en los que está implicado Estados Unidos sigue un guión perfectamente determinado, conocido y absolutamente reiterativo. El papelón de Baradei con las armas de destrucción masiva de Irak fue determinante en la preparación de la invasión norteamericana previo un embargo que supuso la muerte de centenares de miles de personas (fundamentalmente menores de edad) y el debilitamiento de las estructuras del país para que el latrocinio posterior fuera poco más que un paseo militar. Cuando los inspectores quisieron, o jugaron el papel de evitar una guerra montada sobre pruebas cocinadas, ya era demasiado tarde, su juego de ambigüedad calculada había abierto la caja de pandora en forma de un despliegue militar letal que ya no hubo quien fuera capaz de detener.

Ahora, con el caso iraní­, sucede exactamente lo mismo. Los informes de la AIEA son lo suficientemente abiertos como para que puedan ser usados, aún sin ninguna prueba real, para mantener viva la llama de la presión militar y diplomática contra la República Islámica. Sin embargo, en esta última vez se han superado, Ahmadineyad y Netanyahu han usado el mismo informe para celebrar sus postulados políticos antagónicos. El primero para demostrar que, a pesar de los embargos, Irán sigue logrando nuevos progresos en el campo tecnológico, ya que ha conseguido aumentar la capacidad de enriquecimiento de uranio y su pureza a casi un 20%, apto únicamente para uso civil. El primer ministro israelí­, por el contrario, afirma que Irán se encuentra cada vez más cerca de conseguir su primera bomba (Israel tiene más de 200) y que se está riendo de las sanciones y las resoluciones internacionales, por lo que —defiende— debe ser frenado inmediatamente con todos los medios a su alcance, incluida la fuerza militar.

El último informe de la AIEA afirma, efectivamente, que Irán ha acelerado la producción de uranio enriquecido bajo supervisión de la ONU en la planta de Natanz  y en la instalación subterránea de Fordo, del que ya ha producido unos 110 kilos al 20% y cinco toneladas de uranio enriquecido al 5%. Sin embargo, para usos militares es necesario al menos una pureza del 90% e Irán no tiene ni tendrá la capacidad para hacerlo. Es necesario destacar que el Tratado de No Proliferación Nuclear, el TNP, autoriza a Irán y al resto de signatarios a producir uranio enriquecido al 20 por ciento, por lo que no está incumpliendo el articulado del convenio al que se adhirió de manera voluntaria.

Hay un par de datos que la AIEA considera problemáticos y no completamente resueltos, aunque inferir de ellos que hay un programa militar encubierto hay un largo trecho. Por un lado, los inspectores no han obtenido el permiso para la visita a ciertas instalaciones militares; por otro, desde agosto pasado, se han «perdido» en los inventarios unos 20 kilos de material radiactivo en uno de los laboratorios de investigación. Pero no tienen nada más donde agarrarse para justificar su guerra permanente y no declarada contra Irán: asesinatos de científicos, virus industriales, sabotajes, atentados, subcontratación de al Qaeda, embargo petrolero, sanciones, cerco militar, aviones espía, etc. Ayer mismo, Soltanieh, el enviado especial de Irán ante el OIEA, ha prometido aclarar cuanto antes las dudas, pero exigiendo a la vez una copia del material que las misiones de inspección ha recopilado en el país, algo que es preceptivo para cualquier estado inspeccionado y que, al parecer, no se cumple a instancias de Estados Unidos. No podemos olvidar que los nombres de algunos de los científicos asesinados sólo eran conocidos por las autoridades del país y por los inspectores de la ONU, por lo que cabe pensar que bajo el paraguas de la AIEA se esconda también una misión de espionaje de funestos resultados.

Pero, curiosamente, estos días se ha vuelto a hacer público el informe de 2007, ratificado en 2010, de la CIA y otras 15 agencias de inteligencia norteamericanas que reconocía que, desde 2003, la República Islámica abandonó sus iniciales pretensiones de fabricar armamento atómico y que, desde entonces, el programa nuclear es exclusivamente para uso civil (dentro de unas semanas la central de Bushehr estará a plena capacidad,  y permitirá a Irán usar sus recursos petroleros para la exportación). Recordemos que el informe fue lanzado in extremis cuando todo indicaba que Bush iba a atacar al país persa, aunque nuestros medios cortesanos hacen esfuerzos en obviarlo cuando se dedican a repetir como papagayos las consignas propagandísticas de los gobiernos que se afanan en destruir Irán y la influencia que ejerce en el mundo chií como antagonista de Arabia Saudí,  EEUU e Israel. Ese es el verdadero problema. La cuestión nuclear es la excusa, la cortina de humo para conseguir otros objetivos geoestratégicos largamente ansiados por occidente: el control total de la región petrolera más importante del planeta, sobre todo ahora que se está atravesando el cenit de la producción mundial.

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