Patas cortas

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Como bien decía Pepe Rodríguez en su magnífico libro, «Las mentiras fundamentales de la Iglesia Católica», una de las primeras víctimas de la sociedad de la información global fueron las miles de reliquias únicas que se exhibían en iglesias de todo el mundo que probaban los vínculos con lo divino. Si se juntasen todos los santos prepucios, restos de la circunsición del niño Jesús, que andaban por ahí perdidos hace sólo unas decenas de años darían para montar los miembros viriles de una manada de elefantes africanos. Igualmente, las astillas de la santa cruz habrían dado para montar los árboles de varios parques naturales. Por eso sorprende que hoy haya gente en pleno siglo XXI que pretenda inventarse montajes delante del santa sanctorum de la comunicación, la televisión.

Las televisiones y radios independientes del gobierno, las pocas que quedan, se están dedicando estos días a repetir hasta la saciedad las declaraciones de Aznar diciendo que el CNI no había realizado informes sobre las armas de destrucción masiva de Iraq, que tenía pruebas concluyentes de la existencia de las mismas, de la vinculación de Saddam con Al-Qaeda, etc., etc. Muchos refranes populares hacen referencia a la rapidez con que se desmontan las mentiras. A pesar de todo, mentir parece que se ha convertido en el deporte favorito de los dirigentes del PP. Hace pocos días unas manifestaciones de trabajadores del ayuntamiento de Cádiz, declarados en huelga contra la política laboral de Teófila Martínez, se montaron una chirigota reivindicativa cuyo tipo era un disfraz de Barbie Pinocho. La nariz crecida de Aznar la hemos visto en multitud de viñetas cómicas y le faltará poco para convertirse en la marca distintiva de la casa. Estos pobres chicos decían que se habían guiado por los inspectores de la ONU, que pedían más tiempo para verificar el desarme iraquí, o por las resoluciones del Consejo de Seguridad, que en ningún caso autorizaba invasión alguna, como reconoció en infinitas ocasiones secretario general de NNUU, Kofi Annan, o los países que la votaron precisamente por eso, porque faltaba otra Resolución antes de bendecir ataque alguno.

Pero bien poco se puede esperar de estas gentes que disculpan los abusos a menores, el acoso sexual o las muertes de civiles si son de religión musulmana. Son los mismos que incluyen en nuestros colegios el adoctrinamiento integrista católico en las mentes indefensas de nuestros jóvenes. Esos mismos católicos que relacionan los malos tratos a mujeres con la revolución sexual de los años sesenta, o que culpan a los lobbys homosexuales de la degeneración de la familia española. Parecen olvidar que las encuestas de tendencias sexuales entre los profesionales de la iglesia y la religión arrojan datos de homosexualidad muchísimo más elevados que en la media de la sociedad, tal y como desveló Pepe Rodríguez en otro de sus polémicos ensayos sobre «La vida sexual del clero en España».

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