La «desafección» de la política en el estado español

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mato copia

Los políticos en nuestro país se han convertido en un grave problema. A tenor de los últimos estudios demoscópicos, es uno de los principales motivos de preocupación a ojos de la ciudadanía. A esta situación no es ajena nuestra derecha cavernaria, heredera del franquismo, que nunca ha tolerado delegar algunos —aunque mínimos— poderes en el pueblo a pesar de que la caterva que vivía junto al dictador lo dejó todo atado y bien atado para seguir controlando la vida de la nación por muchos años. Seguramente, todos hemos recibido numerosos correos denunciando el  supuesto expolio de las cuentas públicas por medio millón de políticos con sueldos astronómicos, correos que comparaban el número de servidores públicos con el de otros países del entorno para hacernos creer que sobran más de la mitad de los españoles. Al final resultó que las cifras en realidad estaban multiplicadas por cinco, pero este tipo de mensajes llegó a calar entre la población, incluso entre parte de la de izquierdas. A posteriori, se comprobó que todo el bulo provenía de un periódico que en otros tiempos llamaríamos de extrema derecha y de la capacidad de persuasión de un conocido escritor  y pésimo analista y la de sus miles de seguidores en Twitter. Como dijo Tolkien, aunque la calumnia viva sólo un día habrá cumplido su cometido; así que la idea, a pesar de los desmentidos, está asentada en la psique de centenares de miles de personas.

Tampoco ayuda el lamentable espectáculo del presidente del gobierno en el debate del estado de la nación y en muchas otras de sus intervenciones. La constante alusión a que no puede hacerse otra cosa más que seguir los dictados de gobiernos extranjeros y de los mercados de capital, obviando el mandato otorgado por la ciudadanía a un programa electoral,  sólo empuja en la misma dirección, la de que la política no sirve para nada, que decisiones técnicas bastan para solucionar los problemas cotidianos por profundos que estos sean. Rajoy usa este peligroso argumento intencionadamente por dos motivos relacionados, por un lado para esconder su verdadera ideología, la eliminación de lo público y la sustitución por el capitalismo salvaje, el mismo que ha sumido a occidente en la peor crisis que se recuerda. Por otro, para escudarse en imposiciones exógenas y tratar de eximirse así de las culpas de haber traído la más absoluta de las ruinas.

El que el actual partido de la oposición de izquierdas hiciera una política parecida durante su gestión de la crisis aún complica más las cosas, pues produce efectivamente la sensación de que no existe otra alternativa que dejarnos machacar estoicamente aturdidos en la manera que describe la doctrina del shock. Si a todo ello unimos los escándalos de corrupción que afloran por doquier y que afectan a todos los pilares del estado, el cóctel no puede ser más explosivo. Podría parecer incluso que se está preparando el terreno para la instauración de un gobierno tecnócrata o un gobierno de concentración nacional formado por los partidos mayoritarios —como el que quería presidir Juan Carlos aquel aciago 23F— para aplicar las nuevas oleadas de recortes que nos esperan o una crisis eterna con niveles de paro y exclusión social inasumibles para una sociedad como la nuestra.

Sin embargo, a pesar de todo ello, nada más lejos de la desafección política que tanto pregonan y parecen desear algunos. Es posible que nunca antes en la historia reciente del país se haya vivido un periodo como este de empoderamiento ciudadano. Las miles de manifestaciones habidas y por haber (este año Madrid ya lleva más de 600), las iniciativas legislativas populares, el 15M, las plataformas antidesahucios, las mareas de colores, los yayoflautas, los indignados, los bancos de tiempo, las huelgas, las marchas obreras, las recogidas de firmas millonarias… tienen sorprendida a media Europa por su persistencia y aceptación. Si no fuera por estos tiempos tan penosos por los que atravesamos, sería incluso para estar orgullosos, muchas iniciativas de protestas patrias han llegado a hacerse internacionales, han tenido una repercusión bastante global y han acaparado portadas y cabeceras de todo el mundo. Eso no puede llamarse desafección política, en todo caso sería desapego a la política partidaria, al estado surgido tras una transición cerrada en falso y sus leyes de punto final. La primavera que ha brotado en algunos rincones de este frío y largo invierno amenaza tanto a los reductos del franquismo como al mismísimo trono del reino. Si no se dan prisa por arreglar este desaguisado, la situación será insostenible y acabarán por ser barridos por la ola de indignación de una ciudadanía deseosa de dejar de ser simples súbditos y de avanzar hacia una democracia realmente participativa.

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