Uno de los calificativos más suaves que nos espetan a aquellas personas que nos dedicamos a la geopolítica contrainformativa es la de conspiranoico. Con él pretenden desacreditar, por imaginativa o fantasiosa, cualquier versión o interpretación de los hechos que difiera de la verdad única oficial, por muy dogmática… imaginativa o fantasiosa que pueda llegar a ser.
Sin embargo, el ejercicio de mirar más allá, de leer entre líneas, de interpretar libremente los hechos o dudar de las palabras de los voceros oficiales de gobiernos y de la prensa corporativa, es más necesario que nunca. No es nada nuevo, en la historia oficial de nuestro país se relata cómo una operación de bandera falsa le sirvió a Estados Unidos para iniciar la Guerra Hispano-Estadounidense o Guerra de Cuba, cuando la isla alcanzó —a medias—la independencia de la decadente madre patria aunque quedó bajo la tutela del nuevo imperio emergente. Sin embargo, a esas mismas personas que asumen aquel episodio del hundimiento del acorazado Maine como un autoatentado o un oportuno montaje, es curioso cómo les cuesta creer que ese tipo de cosas no se repiten hoy día a pesar de los múltiples ejemplos y evidencias históricas de que disponemos.
Ayer mismo se supo que el corrupto presidente turco Tayyip Erdogan estaba preparando un ataque de bandera falsa sobre Turquía perpetrado desde suelo sirio. Usando a los terroristas de al Qaeda a los que arma, cobija, entrena y dirige, pretendía internacionalizar el conflicto invocando el principio de defensa mutua de la OTAN e, igualmente, desviar la atención de los múltiples escándalos —económicos y hasta sexuales— que atenazan su agitado mandato para tratar de ganar las próximas elecciones municipales. Lo intentó hace días, sin éxito, con el derribo de un caza sirio que bombardeaba posiciones de los grupos terroristas cerca de la frontera norte de ese país; sin embargo, la mesura y la paciencia de Assad, ha evitado males mayores, evitando entrar en provocaciones inútiles.
El tema tiene la suficiente enjundia como para alcanzar muchas portadas y cabeceras informativas. Sin embargo, pocos se han atrevido a publicarlo con todo lujo de detalles. Periódicos como El País han preferido centrarse únicamente en la reacción de Erdogan al verse descubierto frente al hecho en sí. ¡Como si el cierre de Youtube en Turquía tuviera más relevancia que toda una operación de guerra internacional!, ¡viva la prensa libre e independiente!. La Cadena SER no ha actuado de manera muy diferente. Parece que el Grupo Prisa quiere evitar que sus lectores y oyentes puedan sacar conclusiones, por pura extrapolación, que hagan derrumbarse todo el edificio propagandístico que llevan años arduamente construyendo en consonancia con toda la oficialidad mediática occidental.
Tampoco es la primera vez que sucede algo así, en 2012 intentaron una operación similar con cohetes que, aunque no sirvió para implicar a la OTAN directamente en la guerra de agresión contra Siria, sí que facilitó la instalación de baterías de misiles Patriotsalgunas semanas después. El ataque químico sobre los alrededores de Damasco fue otro intento vano de operación de bandera falsa que estuvo a punto de provocar la intervención de Estados Unidos y sus estados siervos, paralizada únicamente por el despliegue militar ruso y su firme determinación de defender la integridad siria. Las pruebas que demuestran la falsedad de aquella operación son abrumadoras y tienen su origen en varios servicios de inteligencia e incluso en universidades norteamericanas o en la iglesia católica. Los biTs RojiVerdes reprodujeron incluso las imágenes que mostraban a los «rebeldes» disparando cohetes con cabezas químicas junto a la capital Siria.
Wikileaks, Snowden, Anonymous… han puesto de manifiesto que este tipo de prácticas son bastante habituales. Pero la crisis de Ucrania ha marcado un antes y un después en lo que se refiere al proceder de Estados Unidos en su forma de afrontar los procesos neocoloniales en la actualidad. La interceptación y desencriptado de varias conversaciones entre diplomáticos norteamericanos y europeos, ha puesto de manifiesto que la manera de organizar y radicalizar supuestas revueltas populares es usar a francotiradores que disparan sobre manifestantes —manipulados— y fuerzas del orden antes de poner en funcionamiento bandas paramilitares neonazis o yihadistas perfectamente entrenadas y pertrechadas por los instigadores externos de las revoluciones de colores, las primaveras o los golpes de estado.
El modus operandi ha sido el mismo en Libia, en Siria, en Ucrania o Venezuela; ya no es posible ocultarlo por más tiempo, salvo —claro está— a aquellos que no quieran usar sus ojos o su raciocinio por posicionamientos apriorísticos de tipo ideológico. Incluso algunos de los más firmes defensores de la épica de las supuestas revoluciones populares espontáneas que, desde la «izquierda», se alinearon con las posturas atlantistas y con su modo de plantear los conflictos, no saben ahora cómo salir del embrollo sin arrastrar el descrédito político e intelectual que ello les acarreará de por vida.
Si ha tenido una virtud el descubrimiento de las grabaciones de Erdogan, como la de Catherine Ashton o la de Victoria Nuland es que ya será difícil creer en la espontaneidad de las revueltas populares que siempre favorecen los intereses de los mismos. Bengasi, Deraa, Kiev o Caracas estarán ahí para recordarnos cómo el imperio se adapta, en la era de Internet, a duras derrotas mediáticas como la sufrida en la Guerra del Golfo. Esperemos que el número de románticos, pardillos, crédulos o belicistas justicieros vaya disminuyendo progresivamente hasta que se marque un nuevo punto de inflexión en el apoyo de los hooligans a las campañas imperiales de dominio geoestratégico de los mercados y los recursos naturales mundiales.